
Discover more from Minutos para el absurdo
Estoy agotada hasta el punto de casi se me cierran los ojos. Lourdes, con su don natural para entablar conversaciones, me dice que cuente a qué me dedico a una persona que acaba de unirse a la mesa. El ruido del restaurante me abruma, pero aun así, describo mi trabajo sin pensar demasiado.
— Pareces un robot — me dice Lourdes con toda la honestidad del mundo.
Y tenía razón.
Pero no quiero parecer un robot, quiero poder explicar con ilusión y alegría mi trabajo.
Días después me encontré explorando un disco duro lleno de fotografías que abarcaban casi 20 años de mi vida, como si estuviera buscando recuerdos que me hicieran sentir menos desconectada.
Al ver esas imágenes, me inundó una sensación de plenitud. He disfrutado de maravillosas amistades que continúan a mi lado hasta el día de hoy, he sido amada, he amado y me he divertido, por lo menos todo lo que yo misma me permitía.
Viví muy bien hacía fuera, pero por dentro era una historia diferente.
Qué fácil es vivir de espaldas a una misma. Es sencillo aceptar las creencias, juicios y opiniones ajenas. Es fácil hacer lo que se espera de ti, lo que se supone que debes hacer. Alguien te preguntó alguna vez, pero tu ¿qué quieres hacer con tu vida? Con curiosidad, como si de un acertijo se tratara y quisieran resolverlo contigo. A mí no.
Cuando evitas mirar hacia dentro, cuando no te das la oportunidad de elegir y experimentar lo que realmente te gusta, acabas sin saber qué es lo que quieres. Conocerse a uno mismo requiere tiempo y es un proceso continuo de elección y descarte. A los 34 años, aún me sentía muy inexperta.
Además, no he sido capaz de aceptar —hasta ahora— que voy a necesitar tiempo, que esto es una travesía, mucho ensayo y error para descubrir alternativas de cómo ganarme la vida, de cómo usar mi tiempo, de cómo vivir.
Un grano de arena sobre otro, el tiempo suficiente.