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Aquel fracaso en tercero de primaria, un suspenso en artes plásticas, lo que parecía una simple tarea se convirtió en una lucha contra el tiempo y mi propia obsesión por la perfección. La tarea parecía fácil: forrar un tarro con hilo trenzado y entregarlo en una fecha concreta.
Recuerdo deshacer cientos de veces la trenza que iba a recubrir el tarro porque no estaba perfecta, conseguir que quedara homogéneo el entramado me costaba mucho trabajo.
En aquel momento no entendí lo que paso, imagino que no entregué el tarro a tiempo. Le pedí a mi madre que hablara con mi profesora porque creía que lo había hecho bien, pero aquello me hizo sentir peor: de esa reunión salí sepultada por un sentimiento de vulnerabilidad y rechazo inmenso.
Con el paso del tiempo entendí la lección: mejor hecho que perfecto.
Porque los plazos son tan importantes como la calidad del trabajo, y más cuando es una misma quien se los impone. Cada vez que me enfrento a un nuevo proyecto, siempre me viene a la cabeza aquella lata y su hilo trenzado. Me recuerda la importancia del equilibrio entre cumplir con el tiempo y de hacer las cosas bien. De no permitir que la búsqueda de la perfección me paralice. Equivocarse antes y rectificar es más prolífico que buscar la perfección. Este post es mejor la ausencia de él. Ese presupuesto que envié con miedo estarme quedando corta es mejor a no haberlo enviado. Ser madre aún sabiendo que tengo mucho que aprender.

Más vale hecho que perfecto
este se ha convertido en mi post favorito!!! me ha encantado, muy identidicada