#5 Me lancé al vacío (con paracaídas)
La vida sólo puede comprenderse retrospectivamente, pero se ha de vivir mirando hacia adelante.
— Sören Kierkegaard
Poco sabía cuando empecé mi proceso de cambio profesional que los retos que tendría que superar poco tenían que ver con validar las ideas que tenía. Recuerdo estar sentada frente al mar a 5 minutos de donde vivo y listar mentalmente el paso a paso del método Lean Startup. Ilusa yo, antes de empezar a hacerlo, tuve que hacer unos cuantos altos en el camino.
Sanar. Curar heridas profundas y recuperar partes de mi que había ido perdiendo. Deshacerme de cosas y «no-cosas» (Byung-Chul Han) con paciencia y consciencia, porque se trata de un proceso que requiere tiempo y calma, lo entiendo ahora casi un año después del derrumbe del futuro en el que creía.
Al principio, era consciente de que mi prioridad era resolver el exceso de cortisol en mi organismo. Resultó curioso que convertir esta tarea en mi única tarea, me generaba más estrés. No sabía cómo parar, no sabía descansar. Mi «falsa-yo» era poderosa y tenía el control, esa voz que me hacía sentir culpable por no aceptar un puesto de trabajo cuando tuve la oportunidad. O por no estar trabajando todo el tiempo, porque si trabajaba mucho todo iría bien. ¿Estaba segura de eso? No. Solo era otra humana más evitando enfrentarme al vacío.
El vértigo de dar el salto estando coja y cargando una mochila pesada. La frustración de ver a otros dar el salto y yo no ser capaz de vencer la parálisis. Pero a pesar de mi misma, permanecí. No encontré ni un truco ni un atajo, solo mantuve la calma. Hice mi trabajo, lo deshice después. Caí en la cuenta de alguna cosa que no quiero hacer y seguí haciendo poco a poco lo que sí.
Hasta que un día —es posible que ese día sea hoy mientras escribo esta carta— toleré la incertidumbre. Vuelvo a acercarme al vacío y no me parece tan horrible.
Quizás tenga algo que ver con que siento más equilibrio y me lanzo a más situaciones desde la honestidad. Como me ocurrió en la sala de espera de un dentista, sentada en un espacio bastante reducido con dos señoras que empiezan a hablar muy alto sobre política: “Podemos y Vox son lo mismo”, dicen. Las señoras quieren que todo el mundo se entere de su opinión. No voy a entrar demasiado en lo que pienso al respecto, pero con una extraña calma y seguridad, les comento: “yo no creo que sean lo mismo”.
Lo que ocurre es que ahora, en lugar de una mochila pesada a la espalda, tengo un paracaídas: puedo cambiar de opinión, puedo contradecirme.
